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‘La historia más increíble en el golf’: Un riesgoso cruce de frontera fue apenas el comienzo del camino de José de Jesús Rodríguez hasta el PGA Tour

January 13, 2019

José de Jesús Rodríguez es el golfista indicado en el momento indicado. Este afable y humilde aventurero con el colorido apodo de “El Camarón” ha llegado al PGA Tour a la edad de 37 años tras un camino largo y sinuoso que incluyó cruzar el Río Grande a la edad de 15 años. Con el panorama político de los Estados Unidos consumido por el debate migratorio, la de Camarón es una historia personal sobre sacrificio, perseverancia y realización – cualidades que siempre han sido alabadas por los fanáticos del deporte. Tras la publicación de este artículo en GOLF.com el pasado 8 de enero, la respuesta en redes sociales ha sido tan poderosa que sentimos la obligación de traducir la historia al español, para que los lectores en el México natal del Camarón y más allá pudieran conocer sobre su improbable trayecto.

For the English version of the story, click here.

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La salvación lo llamaba desde el otro lado del río. Estaba a solo unos doscientos metros de distancia, pero las agitadas aguas del Río Grande eran hasta ese momento el reto más bravo que José de Jesús Rodríguez había enfrentado en su corta y difícil vida. Tarde en la noche, cuando hacía sus incursiones en busca de libertad, el río lucía negro como tinta. Entre otros riesgos fuera del alcance de su vista, bajo sus pies yacían rocas peligrosamente resbalosas. Por haber crecido tierra adentro en Irapuato, México, José de Jesús nunca aprendió a nadar. Ahora, el agua helada chocaba contra su barbilla adolescente y lo invadía un oscuro temor: “Si me resbalo, muero,” recuerda pensar.

Día tras día, por tres agonizantes meses, José de Jesús intentó cruzar el Río Grande, pero sus intentos se vieron frustrados por las corrientes y por la Patrulla Fronteriza de los Estados Unidos. Fueron muchas las veces en las que quiso darse por vencido y regresar a casa, pero siguió intentándolo por aquellos que quedaron atrás: sus siete hermanos que dormían hombro a hombro en el piso de tierra de su casa de adobe, con un solo cuarto y sin baño; una madre que tuvo que sobrellevar siete pérdidas y que aún así pudo encontrar las fuerzas para palmear tortillas prácticamente a diario; un padre al que veneraba, pero cuyo cuerpo se quebrantaba por el desgaste de muchos años de trabajo en la construcción.

En vista de que era el segundo hijo, se esperaba que José de Jesús ayudara a conseguir el sustento para la familia, la cual subsistía en parte gracias a los vegetales que crecían en su franja de tierra. Fueron muchas las noches que los niños debieron irse a dormir hambrientos. Así que a la edad de 12 años abandonó la escuela y comenzó a trabajar como caddie a tiempo completo en el Club de Golf Santa Margarita, en lo alto de las colinas que circundan Irapuato. El trayecto de veinte minutos en bicicleta desde su casa lo trasladó a otro mundo. Habiendo pasado la mayor parte de su vida descalzo, quedó perplejo al ver los ostentosos zapatos de los golfistas. Con el estacionamiento lleno de autos de lujo, el ambiente se avivaba cuando se hablaba de ir a hacer dinero en los Estados Unidos. Con el paso del tiempo, José de Jesús se vio consumido por el deseo de levantar a su familia de sus limitadas circunstancias. Al cumplir los 15 años, se fue de Irapuato solo con la ropa que llevaba encima, un puñado de pesos y la vaga promesa de oportunidad al otro lado de la frontera. También se marchó con un colorido apodo: Camarón, porque a pesar de su complexión morena, sus mejillas enrojecían al sol.

Camarón pasó una semana pidiendo aventones y tomando autobuses, atravesando más de 800 kilómetros hacia el norte, hasta la ciudad fronteriza de Nuevo Laredo. Durante el día, mendigaba y buscaba comida entre los botes de basura. Durmió bajo puentes y en parques públicos. Nuevo Laredo estaba repleto de coyotes que prometían cruzar la frontera a salvo a cambio de unos cientos de dólares, una suma inimaginable para el Camarón. Así que prácticamente cada noche, bajo el manto de la oscuridad, intentaba conquistar el Río Grande por su propia cuenta. En ocasiones logró alcanzar el otro lado para ser atrapado por la Patrulla Fronteriza. Esto sucedía en 1996, cuando la política era simplemente poner a los atrevidos soñadores en un autobús de vuelta a casa en México.

Finalmente, una mañana de Acción de Gracias, le llegó una información que le cambiaría la vida: con poco personal en guardia, a las 2 p.m., la Patrulla Fronteriza tendría un cambio de turno que podría abrir una pequeña ventana de oportunidad. A la hora indicada, Camarón se lanzó al río. Sus nervios y las rocas debajo suyo aguantaron. Al lado de los Estados Unidos lo recibió un vacío misterioso. Trepó por la orilla del río y luego corrió tierra adentro con un panorama sin parecido alguno al Sueño Americano que había visto en la televisión. Camarón corrió hasta que sus pulmones ardían y sus pies se sentían tan pesados como yunques. Luego corrió un poco más. Finalmente, encontró una profunda zanja al lado de la carretera, donde se quitó la ropa — la única ropa que llevaba — para dejarla secarse al sol. Cayó rendido en la tierra, con lágrimas de alivio corriendo por sus mejillas. “Pensé que la peor parte había pasado,” dijo.

La verdad, ese era apenas el comienzo.

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Faltan unos pocos días para la Navidad de 2018 y Camarón recorre el Club de Golf Santa Margarita, en donde ahora es un miembro como cualquier otro que cumple con el pago de sus cuotas. Sus antiguos colegas en el patio de caddies lo saludan como un hermano que se había perdido hacía mucho tiempo, pero los miembros con más antigüedad también lo abrazan, una muestra de cómo se han deshecho las diferencias de casta. Camarón, ahora con 37 años, va ataviado con una elegante ropa italiana proporcionada por una compañía que lo está cortejando, pero su desgastado rostro oculta los difíciles kilómetros recorridos, mientras que su físico blando es el resultado de un desdén por el gimnasio típico de la vieja escuela. Toma asiento en el restaurante al aire libre, no lejos de un gran póster que anuncia su cruzada anual por juguetes para niños locales; ya ha recolectado suficientes para abarrotar todo un cuarto de su moderna casa de dos pisos, no muy lejos del club de golf.

Está en casa para las fiestas, tomándose una pausa del PGA Tour, en donde es quizás el novato más improbable de la historia. En cinco eventos que jugó durante el otoño, Camarón pasó tres de cinco cortes, con un puesto 41 como su mejor resultado; su primer evento de 2019 es el Sony Open que se está jugando esta semana en Oahu. Aún se encuentra acomodándose. En noviembre, luego de entrar a su lujosa habitación de hotel en Sea Island, Camarón estalló en lágrimas. “A veces resulta abrumador,” afirma mientras disfruta de un gran plato de enchiladas. “Todavía recuerdo cuando ni siquiera tenía zapatos.”

"El Camarón," as Rodriguez is known, hits balls at Club de Golf Santa Margarita, where he grew up caddying.
Camarón pegando pelotas en el Club de Golf Santa Margarita, en donde creció trabajando como caddie.

De su largo y arduo camino hacia el Tour hablan con reverencia aquellos que han caminado al lado del Camarón.

“Es una leyenda,” dice Alfredo Ruiz, quien juega regularmente en el Tour Mexicano, donde Camarón cuenta con un récord de 21 victorias.

“Es la historia más increíble de la que yo tenga conocimiento en el golf,” dice Andrés Echavarría, un veterano del PGA Tour Latinoamérica (LAT), en donde Camarón es el líder histórico de ganancias con USD $299,609 dólares en cuatro temporadas completas.

“Pienso que entre todos los jugadores del Web hay una admiración general por lo que José ha sido capaz de alcanzar,” dice Maverick McNealy, quien fue vencido por Camarón en la ronda final del evento del Web.com Tour jugado el año pasado en Newburgh, Indiana. “Sus antecedentes son algo que muy pocos golfistas profesionales, o ninguno, pueden comprender. Alcanzar el éxito que él ha tenido es sorprendente.”

En Latinoamérica hoy abundan golfistas prometedores, gracias al éxito del LAT y de los recursos que muchas federaciones nacionales de golf invirtieron con miras a los Juegos de Río. ¿Porqué Camarón logró avanzar todo el camino hasta el PGA Tour mientras que muchos otros se han quedado cortos? “Yo tenía el hambre,” afirma él. “Cuando dejé mi hogar para ir a los Estados Unidos, me fui con la seguridad de que nunca regresaría y que moriría en mi travesía. Pero no estaba dispuesto a morir sin dar una buena lucha. Esa es la actitud que siempre he tenido, aún hoy en día. Nunca voy a dejar de luchar.”

As part of his annual toy drive, Rodriguez hands out toys to children in the rural village of La Caja, just outside Irapuato.
En una parada de su cruzada anual por juguetes, Camarón entrega algunos presentes a niños del pueblo rural de La Caja, en las afueras de Irapuato.

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Camarón pasó su primera noche en los Estados Unidos durmiendo en la zanja al lado de la carretera. La mañana siguiente vagó por las afueras de Laredo, Texas. Lo primero que el muchacho de 15 años vio — naturalmente — fue un Walmart. Cerca de la tienda, escuchó a un grupo de hombres hablando en español. Con nada que perder, se acercó a pedirles ayuda. Los hombres tenían documentos, así que ninguno de ellos estaba ansioso de involucrarse con un extraño que pudiese causarles problemas. Pero Camarón tiene una sonrisa fácil e irradia dulzura. Era tan joven y lucía tan desaliñado que aquellos hombres sintieron lástima por él y le compartieron sus almuerzos. Uno de los trabajadores le dijo que el grupo estaba a punto de partir a Fayetteville, Arkansas, a 1,200 kilómetros al norte, para entregar un equipo para techos. El Camarón respondió, “entonces yo también voy para Arkansas.” Al llegar, ellos le dieron un poco de efectivo por su ayuda moviendo la maquinaria, pero cuando Camarón se entretuvo en una tienda de teléfonos para comprar una tarjeta pre-pagada para llamar a casa, los trabajadores lo abandonaron.

Un extraño en tierra extraña, Camarón nunca se había sentido más solo. Pero fue entonces cuando los dioses del golf le sonrieron. Durante sus años como caddie, Camarón se había enamorado del juego. Él y su hermano mayor, Rosendo, hicieron sus propios palos utilizando varillas corrugadas encontradas en sitios de construcción que funcionaban como las varas de sus palos. Tubos interiores de bicicletas perforados fueron reutilizados como grips. Para las cabezas de los palos, tomaron chatarra y a punta de golpes la acomodaron en su lugar. Al caer la noche ellos vagaban por Santa Margarita en busca de pelotas que habían quedado perdidas en los arroyos. Rosendo ha sido el único coach de Camarón y describe el swing de su hermano como “un regalo de Dios. Le vino con mucha naturalidad, con mucha facilidad.”

Mientras Camarón merodeaba alrededor de la tienda de teléfonos, tratando de ver qué hacía, vio como otro cliente dejó un artículo olvidado sin querer. En el estacionamiento, persiguió a este caballero hispano-americano y lo alcanzó justo cuando abría el maletero de su auto, revelando un brillante set de palos de golf. Camarón los miró con tanto interés que el hombre le preguntó, en español, si sabía algo sobre el juego. Así entraron en una conversación sobre golf y los detalles de la vida del Camarón. Este encuentro accidental resultó ser con el sobrino de un miembro del equipo de mantenimiento del Stonebridge Meadows Golf Club de Fayetteville. Él sabía que el equipo estaba corto de personal y así no más Camarón consiguió un empleo de tiempo completo, trabajando seis días a la semana, desde el amanecer hasta el anochecer. Su primer cheque de pago, incluyendo horas extra, fue por USD $380 dólares. “Cuando me lo dieron lloré,” dice Camarón. Luego se dirigió a Western Union e hizo una transferencia con cada uno de esos dólares a su madre en Irapuato. ¿Y porqué no se dejó un poquito para sí mismo? “Yo estaba acostumbrado a no tener nada,” dice. “Para mi familia en casa, ese dinero significaba que tendrían para comer. Me sentí orgulloso de enviarlo.”

Camarón se instaló en un apartamento algo abarrotado junto a un puñado de otros miembros del equipo de mantenimiento; comparado con las condiciones que tuvo para dormir previamente, la alfombra se sentía como un lujo. Mientras que ciertos políticos han pasado años satanizando a dichos inmigrantes como terroríficos y peligrosos, Camarón asegura que él y sus compañeros de mantenimiento estaban obsesionados con obedecer las leyes del país. “Uno solo cruza la calle por el cruce peatonal”, afirma. “Si el límite de velocidad dice 55, entonces uno maneja exactamente a 55. Si la luz [del semáforo] se pone en amarillo, entonces pisas el freno. No haces nada que llame la atención.”

Cada día de pago, Camarón enviaba a casa una transferencia de $200 o $300 dólares, quedándose apenas con lo indispensable para sobrevivir. Después de dos años, la familia había ahorrado suficiente dinero para que Rosendo y su padre Chuche pagaran para pasar la frontera a salvo y llegar hasta Arkansas. Los tres trabajaron juntos en Stonebridge Meadow y compartían un apartamento. A Rosendo le gustaba atender las obligaciones de la zona de práctica para poder estudiar a los jugadores e intercambiar ideas sobre el swing de golf. Camarón no tenía interés alguno en el juego. “No había tiempo para eso,” dice. “Yo trabajaba seis o siete días a la semana, de 6 a.m. a 7 p.m. Regresaba a casa, tomaba una ducha, cenaba y preparaba mi comida para el día siguiente. Para entonces ya era hora de irse a dormir”. Cuando tenía algo de tiempo le gustaba jugar al fútbol en una liga de alto nivel que incluía a miembros del equipo de la Universidad de Arkansas. Camarón asegura que durante su década en los Estados Unidos nunca jugó una ronda completa de golf.

En 2004, Stonebridge Meadow tuvo algunos cambios administrativos y los Rodríguez se quedaron repentinamente sin empleo. Rosendo y Chuche se regresaron a México, pero Camarón se quedó en los Estados por otros dos años. Por un buen tiempo trabajó como obrero itinerante, cosechando trigo, maíz y fresas. También pasó un año trabajando en Territory Golf & Country Club en Duncan, Oklahoma.

Finalmente, en 2006, llegó la hora de regresar a casa. Camarón había dejado Irapuato como un muchachito y ahora regresaba convertido en un hombre de 25 años. Su familia continuaba viviendo en la misma parcela de tierra, pero esta se había visto transformada, mayormente por el dinero que él había enviado a casa: la choza de una habitación había sido derribada y reemplazada por un par de casas sólidas de dos pisos, con cocinas completas y una bendita cantidad de baños. La trayectoria de sus hermanos también se había visto alterada, ninguna más que la de su hermano menor Dany. En lugar de abandonar la escuela para trabajar, Dany se convirtió en un sobresaliente estudiante que lograría conseguir un título de abogado. Al hablar del exilio que se autoimpuso, Camarón es muy práctico. Su deber era ayudar a su familia y eso fue lo que hizo. Pero había sentimientos que aún calan en lo profundo de su ser: el deseo de ver a su madre y hermanas; el agotamiento de todas esas horas desgastantes bajo un sol abrazador; el estrés de ser un inmigrante indocumentado que siempre estaba a un paso de perderlo todo. Al preguntarle a Camarón cuál fue la sensación de abrazar a su madre después de 10 años de ausencia, toda la emoción lo inunda de nuevo. Arruga la cara, se pone la cabeza entre las manos y luego, con ojos llorosos, dice: “No quería que ese abrazo se terminara.”

Jose de Jesus Rodriguez
Camarón con su madre, Yoye, frente al altar a la Virgen de Guadalupe que ella tiene en su casa.

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Alfonso Vallejo Esquivel es una historia de éxito del México moderno – él hizo una pequeña fortuna en la industria de los productos farmacéuticos y se retiró para tener una linda vida jugando al golf a diario en Santa Margarita. Pero cuando bajaba de su brillante Cadillac, los caddies se dispersaban, en vista de que Vallejo era conocido como alguien poco generoso a la hora de dar propina. Una vez más, los dioses del golf hicieron de casamenteros para Camarón. No había pasado mucho desde su regreso a Irapuato y en el patio de caddies su falta de antigüedad lo forzó a tomar la bolsa de Vallejo para una ronda temprano en la mañana. Al terminar, Vallejo le dijo que estaba impresionado por dos cosas: su comprensión innata de la estrategia en el campo (course management) y que había sido el único caddie que no se había quejado por no recibir propina.

Le pidió a Camarón que estuviese en el club a las 6 a.m., la mañana siguiente, para su habitual ronda tempranera, pero le dejó un señuelo: si llegaba con puntualidad le pagaría el doble de la tarifa; pero si llegaba tarde le correspondería trabajar gratis. La apuesta parecía bastante segura para Vallejo. Colina abajo, en las cercanías del club, hay una cantina en la que los caddies de Santa Margarita se reúnen. “Había muchos jugadores talentosos entre los caddies, pero desperdiciaban sus vidas en el bar,” recuerda Camarón. “Yo no iba a ser uno de ellos.” Aquella mañana, así como cada una de las que siguieron, esperó a Vallejo con total puntualidad en el tee del 1.

Vallejo era un golfista mediocre y a menudo le pedía a Camarón que le demostrara en el campo la forma apropiada de pegar ciertos golpes. Santa Margarita aparta un puñado de días cada mes para que los caddies jueguen la cancha — Camarón jugaba con avidez tantos hoyos como le fuera posible — pero pegar tiros en el campo junto a un miembro era prohibido. Eventualmente, el club castigó a Camarón con una suspensión por 30 días. Cuando regresó al trabajo, Vallejo le rogó que reanudara sus tutoriales, pero Camarón se rehusó. Para entonces ya tenía las responsabilidades de un hombre casado, tras haber cortejado a Bianca González, una compañera de clase de la escuela primaria. (Tan arraigado estaba el apodo de Camarón cuando crecían, que no fue sino hasta que comenzaron a salir que Bianca conoció su verdadero nombre).

Jose de Jesus Rodriguez
Hombre de familia: Camarón en las afueras de su casa en Irapuato junto a su esposa, Bianca, su hijo, José de Jesús, de 10 años, y su hija, Ximena, de 12.

Vallejo, el amoroso padre de tres hijas, encontró una solución simple: le compró a Camarón una membresía del club, lo cual les permitía jugar todo el golf que quisieran juntos. “Camarón era como el hijo que mi padre nunca tuvo,” dice Mayra Vallejo Urzúa, hija de Vallejo. “Él admiraba su perseverancia y quería ayudarlo.”

Jugando casi a diario, el golf de Camarón se aceleró rápidamente. Pese a que conseguía scores en los 60’s con regularidad en un campo estrecho, lleno de lomas y con greens pequeños, no tenía grandes ambiciones. A esa altura, Camarón no había tenido nunca un televisor y no tenía concepto alguno de cómo lucía el golf profesional. Pero Vallejo sabía que estaba para algo mejor y en el otoño de 2007 le hizo a su protegido una oferta: por dos meses le pagaría todos sus gastos cotidianos para que pudiera prepararse para la clasificación del Tour Mexicano. “Supe que era la oportunidad de mi vida,” dice Camarón. “Trabajé en mi juego todo el día, cada día.”

En el Torneo de Clasificación ganó estatus para la temporada 2007, durante la cual fue nombrado mejor novato. En la siguiente temporada, con 27 años, ganó su primer torneo, en Puebla. Su largo camino por las ligas menores del golf había comenzado. En 2010, Camarón ganó cuatro veces en México. Con cheques entre USD $10,000 y $15,000 dólares para el ganador, bien pudo haberse quedado en su tour nacional y proveerle una vida cómoda a Bianca y a sus hijos, Ximena y José de Jesús Jr. Pero para entonces algo se había agitado muy dentro de Camarón. Una vez más dejó a su familia y tomó rumbo al norte, buscando oportunidad. En 2011 ganó dos veces en el Canadian tour para terminar al tope de la Orden de Mérito, con USD $80,277 dólares. (En la Copa Mundial de aquel mismo años, había quedado tan impresionado por las estrellas presentes que le pidió un autógrafo a Rory McIlroy). Camarón siguió subiendo la escalera y en 2013 ganó dos veces en el LAT para terminar segundo en la Orden de Mérito.

“Él es uno de los jugadores con más confianza que yo haya visto,” afirma el veterano del LAT Andrés Echavarría. “No hay una bandera a la que no le tire.”

Camarón le da todo el crédito de ese rasgo a Vallejo: “Yo podía jugar sin temores porque él me cuidó muy bien.” En efecto, Vallejo pagó todos los gastos de viaje de Camarón por Norte y Sudamérica sin pedir nada a cambio. Así que Camarón se aseguró de ser bondadoso con otros. En un torneo celebrado hace mucho tiempo, Echavarría fue testigo de cómo Camarón entabló amistad con el joven mozo de un restaurante. Al escuchar al muchacho hablar de los aprietos que pasaba su familia, lo hizo su caddie por la semana y la pagó con generosidad. “Le aseguro que donde sea que este tour haya estado, debe haber muchas otras historias como esta,” dice Echavarría.

La sobresaliente temporada del Camarón en el LAT le ganó un ascenso al Web.com tour para 2014. En 18 torneos tuvo un par de top-10, pero también falló 10 cortes, pasando grandes dificultades con la velocidad de los greens. “Este es el porqué,” dijo el Camarón recientemente tocando con su putter la superficie del lento, peludo y desigual green de práctica de Santa Margarita.

Jose de Jesus Rodriguez
Mientras Camarón trabaja en su swing en el Club de Golf Santa Margarita, su hermano, Rosendo, lo observa vigilante.

Terminar en el puesto 82 de la lista de ganancias del Web.com fue un pequeño contratiempo en una carrera ascendente, pero la tragedia lo golpeó en diciembre de 2014, cuando Vallejo fue asesinado en Irapuato bajo circunstancias confusas. (Según dice Mayra, “la policía sugirió un intento de robo, pero nada le fue robado.”) Camarón quedó devastado y se sintió perdido a lo largo de la temporada siguiente, repentinamente se preocupaba por el dinero y por lo que su futuro le deparase. Su temor se profundizó cuando su padre falleció por causas naturales a principios de 2016. Tras otro año sin victorias, Camarón dice que consideró seriamente retirarse del juego. Pero accediendo a la misma fuerza de voluntad que lo llevó a superar las dificultades inimaginables de su juventud, decidió renovar su compromiso con el juego para la temporada 2017 con una intensa rutina de práctica. “Decidí que no iba a jugar por mí, iba a jugar por ellos,” dice de su padre y de Vallejo, su ángel guardián. En 2017, Camarón ganó dos veces más en el LAT, consiguiendo su boleto de vuelta al Web.com para la siguiente temporada. Empató el tercer lugar en el primer evento de la temporada 2018 y luego logró tres top-25 más. En el camino ganó algo de fama en internet por la forma dulce en que le habla a su pelota. “Tengo que ser amable — ¡toda la familia cuenta con ella!” asegura.

En abril, Camarón batalló con uno de los campos más difíciles del tour, Victoria National Golf Club, en Indiana, para ganarse un lugar en la última salida del domingo en el United Leasing & Financing Championship. Le correspondió jugar junto a Maverick McNealy, para una historia que resultaba ineludible: un talentoso muchacho de 23 años egresado de Stanford e hijo de un multimillonario versus El Camarón. Pero un torneo de golf es la máxima meritocracia y el orgullo de Irapuato ganó el evento y el respeto duradero de su compañero de salida. Dice McNealy, “él se mantiene muy en control en todas las facetas de su juego y ese domingo fue realmente evidente. Ha jugado por años y ha ganado muchas veces en otros tours. Se veía muy cómodo y lleno de confianza en esta situación. Parecía un tipo que sabía hacer su juego y pegar los tiros que necesitaba para ganar.”

Al imponerse, un emocionado Camarón apuntó al cielo. Veintidós años después de vencer al Río Grande, otro improbable viaje se completaba y el PGA Tour quedaba ahora a su alcance.

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En la mañana del 21 de diciembre, Camarón se paseaba por el patio de caddies de Santa Margarita mostrando su habitual buen humor. “Yo siempre estoy sonriendo,” dice. “Es un regalo de Dios.” Apuntó a uno de los caddies e hizo guasa. “Él es el más borracho”, luego apuntó hacia otro y dijo, “No, ¡es él!” Pero hay una sensación pesada en el aire. Entre voces bajas, Camarón es informado que la noche anterior uno de los que frecuenta la cantina en la que los caddies se reúnen había sido torturado y asesinado por sicarios. El crimen violento en Irapuato – ciudad localizada entre México D.F. y Guadalajara – ha aumentado a lo largo de los últimos dos años, a medida que el cártel de Jalisco ha llegado a la zona. El más reciente de sus crímenes golpea cerca al Camarón, porque aquel hombre que murió era un viejo amigo que vivía al final de la calle por donde su madre y hermanos aún residen.

Camarón sale de Santa Margarita para ir a visitarlos. Una serie de hombres de aspecto duro merodean por el camino que conduce a la casa de su madre, así que él personalmente escolta a los periodistas con los que visita el vecindario, diciendo que es necesario garantizar su seguridad. Una vez cerrada la puerta de la casa de su familia, la tensión desaparece. Las hermanas de Camarón sirven limonadas para los invitados, mientras que su madre, Yoye, se sienta a la sombra a contar historias. Ella nunca ha visto a su hijo jugando golf en persona, pero en una ocasión le mostraron un resumen de su victoria en el Web.com y se echó a llorar. Camarón sonríe ante el recuerdo, para luego ponerse a jugar al fútbol con su hijo y algunos sobrinos. Su habilidad es deslumbrante. Cuando llega la hora de marcharse, Camarón hace una vez más de escolta obligatoria. Con una sonrisa apretada, dice: “Bienvenidos a México.”

Jose de Jesus Rodriguez
Camarón posa frente a la parcela, ahora vacía, en la que se erigía la casa de un solo cuarto en la que vivió su infancia.

Navegar la amenaza de violencia de los cárteles no es una preocupación usual de un miembro del PGA Tour, pero Camarón se ha acostumbrado a la disonancia de viajar entre dos mundos dramáticamente distintos. Cuando el desconocido novato llegó a registrarse a los torneos del Tour del pasado otoño, se topaba una y otra vez con la misma reacción: “Siempre [me] señalaban hacia la cocina”, dice con risa. Su visa le prohíbe establecer una residencia permanente en los Estados Unidos, así que va y vuelve desde el aeropuerto de Guanajuato, México, y cada vez que aterriza en el país vecino “me llevan a un cuartito y me hacen muchas preguntas,” dice. Camarón vive modestamente, conduce una pequeña camioneta Hyundai. Los hombres malos del cártel rugen por los alrededores en Escalades de aros brillantes. Él asegura que no se preocupa por su seguridad en Irapuato porque “vengo de las calles.” Con esto quiere decir que creció junto a muchos de los hombres que se han ido al lado oscuro. Aún así, ya solicitó una visa distinta, una que la permitiría vivir al menos una parte del tiempo en los Estados Unidos. Una calle tranquila en Austin, Texas, es su aspiración (aunque su hija, Ximena, dice que ella preferiría Beverly Hills). “Me gustaría una vida distinta para mis hijos,” dice Camarón. Se da por hecho que irán a la universidad. Ximena, una niña de 12 años, brillante y carismática, dice que quiere ser ingeniera petrolera, mientras que José de Jesús, un simpático niño de 10 años que sacó de su padre el amor por el fútbol, se muestra intrigado por la informática. Ximena habla buen inglés y está tratando de ayudar a su padre con el idioma, al igual que Mike Dwyer, el caddie estadounidense de Camarón, que no sabe nada de español.

Entre las cuerdas, quedan otros ajustes que hacer. Con 1.74 de estatura y 79 kilos de peso, cuando se para sobre la pelota Camarón luce un poco como Francesco Molinari, y su pegada con los hierros es casi igual de pura. Todavía tiene dificultades con los rápidos greens del Tour, mientras que su distancia con el driver de 297.3 yardas apenas le daba para ubicarse en el puesto 114 entre los bombarderos del Web.com. Ahora también ha visto como los fairways fallados tienen un peso más significativo en el PGA Tour. Más que nada, el juego mental es una batalla. Cuando hace un par de bogeys, Camarón a veces se preocupa por su estatus de juego o por cómo cubrirá sus gastos sin que Vallejo se ocupe de él.

El pasado noviembre, en el Mayakoba Golf Classic, Camarón jugó la tercera ronda junto a Rickie Fowler. Sintió que jugó mejor que él de tee a green, pero Fowler hizo 69 para superarlo por tres golpes. Camarón lo estudió cuidadosamente a lo largo de la ronda. “Estuvo muy tranquilo,” dice en tono reflexivo. Recientemente, Camarón ha comenzado a trabajar con un psicólogo deportivo para aprender a acallar su mente.

Existe una carga ineludible al saber que se está jugando por algo más grande que uno mismo. La inmigración ilegal se ha convertido en el tema político que causa más división en el país donde Camarón ahora ejerce su oficio. Su opinión sobre el tema: “Quiero dar un buen ejemplo para que los fanáticos del golf estadounidense puedan ver que somos buenas personas que quieren trabajar duro”. A lo largo del último año, Camarón ha sido contactado por una serie de personas con las que trabajó mano a mano durante su estadía previa en los Estados Unidos.

“Yo sé que me están mirando; me piden consejo”, dice Camarón. ¿Y qué dice él, con la sabiduría acumulada tras dos travesías completadas al estilo de un auténtico héroe? “Que sigan sus sueños”, asegura Camarón. “No importa lo imposible que parezcan, porque se pueden hacer realidad. Yo soy la prueba viviente.”

"I’m never going to stop fighting,” Camaron says.
“Nunca dejaré de luchar,” afirma Camarón.