Entre todos los espectaculares logros de Celia Barquín Arozamena—un promedio de notas GPA de 3.38 en la carrera de ingeniería civil en la Universidad Estatal de Iowa (Iowa State), el premio como Jugadora del Año de la Conferencia Big 12 en 2018—lo que la hacía más especial era la forma como hacía sentir a la gente. Casi a diario, Celia sacaba tiempo de su ocupada agenda para escribir notas a mano para aquellos con alguna necesidad, ya fuese una compañera que había fallado un putt importante o algún amigo que hubiese tenido una mala calificación en un examen importante. Las notas que ella colocaba en sus libros de texto o en sus mochilas, eran tan atesoradas que hay dormitorios por todo Iowa State empapelados con su impecable letra. Los sinceros testimonios que Celia compartía en la Iglesia St. Thomas Aquinas, en el centro de Ames, Iowa, a menudo conmovían hasta las lágrimas a otros feligreses que la frecuentaban. Ella era una consentidora a la que le encantaba cocinar para sus amigos y el plato que más le gustaba preparar era una tortilla española con una receta original de casa.
Entre las “Ciclonitas”—apodo que Celia usaba para sus compañeras en el equipo de los Ciclones (Cyclones en inglés) de Iowa State, al cual se vinculó en el otoño de 2014—comparten un vídeo favorito en el que ella aparece volteando una tortilla en la sartén, pero que al salpicar aceite en la estufa prende una bola de fuego. Mostrando la compostura de una campeona, ella retrocede lentamente y en puntillas para de alguna forma poner la tortilla a salvo. Reunidas recientemente en su lujoso centro de entrenamiento, las Ciclonitas ven de nuevo aquel vídeo, ante el cual dos de ellas ríen tan fuerte que deben limpiarse las lágrimas.
“Nunca conocí a alguien que diera tanto de sí mismo por tantas otras personas”, dice sentada entre ellas la entrenadora del equipo, Christie Martens. “No era solo por los gestos amables que siempre tenía, sino también por la energía que derramaba en este mundo”.
Pero esta amorosa chica también llevaba una llama encendida en sus adentros. Como una feminista en ciernes, Celia le dijo a su madre que había elegido la ingeniería como su carrera porque muy pocas mujeres lo hacen, así que quería dar un poderoso ejemplo a otras chicas. Durante un torneo juvenil cerca de su ciudad natal de Puente San Miguel (de 3.201 habitantes), un pueblo de Cantabria, en el norte de España, una rival le dijo en una ocasión que su blusa (amarilla) era de un color que daba mala suerte, así que en una actitud desafiante lo adoptó como el color que la distinguiría. Su héroe era Seve Ballesteros y ella jugaba con el mismo magnetismo y carisma. Combine eso con la forma precisa con la que le pegaba a la pelota y la brillantez de su juego con el putter. Todo eso la hacía un terror en match play, un formato en el que a lo largo de una racha de varios años solo perdió uno de 21 partidos que jugó para la selección española. Celia medía apenas 1.57 metros y era tan diminuta que vestía una talla 2. “Era chiquitita, pero era una guerrera”, dice Luna Sobrón, una de sus compañeras en la selección española.
Ante tanta pasión, bondad, inteligencia y belleza, el pobre de Carlos Negrín Bolaños nunca se sintió con oportunidad alguna. Siendo un par de estudiantes de ingeniería provenientes de España, Carlos y Celia parecían estar destinados el uno para el otro. Pero ella tuvo un novio durante la mayor parte de su segundo y su tercer año, por lo que Carlos se resignó a asumir el papel de devoto mejor amigo mientras ocultaba sus sentimientos más profundos. Durante más de un año soportó aquella exquisita tortura, pero de pronto Celia quedó soltera. Carlos fue, según él mismo dice, demasiado “cobarde” para intentar algo. A punto de salir de viaje con las Ciclonitas, Celia le pidió que la acompañara a su auto. Al partir, ella lo tomó del suéter, se lo acercó, le plantó un beso apasionado y luego se marchó sin decir una sola palabra.
“Corrí a mi apartamento y busqué a mi compañero de cuarto”, recuerda Carlos. “Estaba gritando: ‘¡Finalmente sucedió! ¡Nos besamos!’ Sacamos una botella especial de ron que había traído de casa y brindamos. Le había dicho a Celia que si alguna vez nos besábamos iba a lanzar fuegos artificiales. Ella creyó que era broma, pero ya los había comprado, por si acaso, así que los encendí, los grabé y le envié el vídeo. Ella era una en un millón, una en mil millones, y no podía creer que finalmente fuese mía”.
Ambos fueron inseparables después de eso. Sus charlas de almohada se llenaron con sueños del lugar donde se casarían y hasta de los nombres que le pondrían a sus futuros hijos. En mayo del año pasado, Carlos se graduó y consiguió un trabajo en una empresa de ingeniería en Ames. Celia acababa de terminar su sobresaliente carrera como jugadora de golf en Iowa State, pero aún le faltaba aprobar algunos cursos para recibir su título. Pasaría el verano en España y luego regresaría a Iowa para el semestre de otoño, aprovechando su tiempo para prepararse para el Torneo de Clasificación del Tour de la LPGA en noviembre de 2018. Celia tenía poco interés en la fama o la gloria, pero estaba desesperada por tener éxito como profesional por una razón: “Ella soñaba con darle a sus padres una vida más cómoda”, dice su compañera de equipo Amelia Grohn. “Ella hablaba mucho de que quería comprarles una casa y cuidarlos”.
Miriam Arozamena y Marcos Barquín se conocieron siendo adolescentes y se casaron siendo aún jóvenes, estableciéndose en Puente San Miguel, un lugar en el que la familia de Marcos se remonta a ocho generaciones. Marcos es un carnicero y Miriam trabajó en una tienda de ropa hasta el nacimiento de Andrés, su primer hijo. A partir de entonces se convirtió en ama de casa. La suya ha sido siempre una vida sencilla en la que la familia lo ha sido todo. Al nacer Celia, seis años después, la pareja se dedicó a brindarles a sus dos hijos las oportunidades que ellos nunca pudieron soñar para sí mismos. Andrés se graduó recientemente de una de las mejores escuelas de derecho de España.
Celia era muy apegada a su familia, por la cual se comunicaba por Skype cuatro o cinco veces al día para el deleite de las fisgonas de sus compañeras de equipo de Iowa State. “La primera vez que los escuché al teléfono pensé que estaban peleando porque hablaban muy fuerte y rápido en español”, dice Alana Campbell, estudiante de segundo año. “Pero así eran ellos, siempre estaban emocionados de hablarse”.
La familia estaba encantada de recibir a Celia en casa para el verano, en su pequeño apartamento en Puente San Miguel, con sus paredes cubiertas de fotos familiares. Celia volvió a quedarse en su viejo dormitorio, con animales de peluche en la cama, libros de Chuck Palahniuk y Robert Louis Stevenson en los estantes, así como una foto enmarcada, tomada siete años antes, en la que ella aparecía junto a Seve Ballesteros. Celia trabajó intensamente en su juego, con Miriam acompañándola en sus largas sesiones de práctica. Caminando juntas por los fairways, madre e hija a menudo se tomaban de la mano.
El pasado julio, Celia viajó a Eslovenia, en donde impulsada por una tercera ronda de 63 golpes salió victoriosa en el Campeonato Europeo de Golf Aficionado Femenino. “Después de su triunfo”, recuerda Marcos, “los vecinos gritaban desde sus ventanas que necesitábamos hacer una fiesta para celebrar cuando ella regresara a casa”. Así lo hicieron, con un letrero hecho a mano y champán, una multitud se reunió en el patio de la casa para darle la bienvenida al orgullo de Puente San Miguel. Reflexionando sobre lo que fue aquel verano, en el que además compitió en el U.S. Open Femenino gracias a un espectacular 31 en los últimos nueve hoyos de su evento de clasificación, Celia escribió en su diario: “Me sentí amada, apoyada y llena de propósitos”.
La mañana del 17 de septiembre fue cálida y clara. Celia llegó a Coldwater Golf Links con muchas ganas de jugar algunos hoyos antes de sus clases de la tarde. Vivía con Carlos y se acomodaba a una nueva realidad: ya no era una Ciclonita activa, así que tendría que seguir sola en su camino al Q-School. En el trayecto rumbo a Coldwater, Celia había hablado por teléfono con su madre. En ocasiones, Miriam se preocupaba por la independencia de su hija, pero nunca le preocupaba que ella jugara sola. “Siempre sentí que un campo de golf era el lugar más seguro para ella”, dice Miriam.
Coldwater es uno de los campos donde Iowa State juega de local, así que al personal de la cancha le encantaba tener a Celia presente. Ese día le advirtieron que quince golfistas veteranos habían venido de la ciudad de Des Moines y saldrían a la cancha por los cuatro primeros hoyos en una salida simultanea a las 8:45 a.m. Celia salió sola, llevando sus palos en un carrito con ruedas para empujar, jugando el hoyo 1 y luego cortando hasta el 4 se colocó por delante de los veteranos. Estaba parada en el tee del 4 cuando un foursome llegó en sus carritos. “Le dijimos que se adelantara porque no queríamos atrasarla”, dijo Harley Thornton, de 80 años. “Era una joven muy educada y alegre. Pegó un driver por el medio del fairway y se fue”.
El séptimo hoyo de Coldwater colinda con Squaw Creek Park. Un camino muy utilizado para trotar y hacer ejercicio atraviesa el parque, pero por lo demás es un bosque denso. Los lugareños se mantienen alejados de los bosques por una buena razón: los indigentes han acampado ahí durante mucho tiempo, al otro lado del río desde donde se ubica el campo de golf. En 2008 se presentó una pelea con puñales que tuvo como resultado un hombre fallecido y su agresor encarcelado por asesinato en segundo grado.
El hoyo 8 de Coldwater es un par 3 corto. Alguien del equipo de mantenimiento vio a Celia jugando y se saludaron desde lejos. Para llegar al tee del 9, los jugadores cruzan un puente y el ancho camino para trotar, luego pasan por una parte boscosa. “Siempre sentí que ese era uno de los lugares de más mala sensación que haya visto en un campo de golf”, dice Thornton. “Se parece a Sleepy Hollow. Tengo amistad con un entrenador de golf de la escuela secundaria y este me dijo que dos de las chicas que suelen jugar allí siempre corren del green del 8 hasta el tee del 9 porque les da mucho susto en ese tramo”.
Cuando Thornton y sus compañeros de juego llegaron al tee del 9, pudieron ver el carrito de palos de Celia a la izquierda del medio del fairway, exactamente en donde uno esperaría que ella llegara su drive en un amigable dog-leg hacia la izquierda. Esperaron algunos minutos a que ella apareciera y luego pegaron sus drives y se desplazaron hasta donde estaba su bolsa. La escena era confusa. A la vista, en la bandeja del carrito, estaban su teléfono celular y su medidor de distancias. Su gorra de Iowa State estaba a unos veinte metros de distancia y un puñado de tees aparecían esparcidos por el fairway como si se hubiesen caído de sus bolsillos. Thornton inmediatamente tuvo una mala sensación y llamó a la tienda del club para expresar su preocupación. Eran apenas pasadas las 10 a.m. y un empleado del club salió en un carrito de golf para hacer una búsqueda por el campo. Menos de media hora después, divisó un cuerpo sin vida que flotaba en una laguna cercana al tee del 9. Era Celia y la habían apuñalado varias veces en el cuello y el torso.
Un perro de búsqueda rastreó el olor de Celia hasta una tienda de campaña en el bosque en Squaw Creek Park. La policía estaba examinando el área cuando de repente apareció Collin Richards, un muchacho regordete y con cara de niño, diciendo que venía a retirar su tienda. Al igual que Celia, tenía 22 años, pero si la vida de ella había sido definida por el amor y sus éxitos, la suya era diametralmente opuesta: una tóxica mezcla de inestabilidad familiar, reformatorios, abuso de sustancias, violencia y problemas con la ley. Richards tenía rasguños recientes en la cara y una profunda laceración en la mano izquierda que aún echaba sangre, así que fue detenido por la policía. Tras entrevistar a un hombre con el que había estado acampando y a otros dos tipos que Richards había reclutado para un viaje fuera de la ciudad, los detectives se dirigieron a una casa cercana. El dueño, un conocido de Richards, dijo que este acababa de venir a cambiarse la ropa, la cual estaba cubierta de tierra y sangre. El vagabundo que había estado acampando junto a él en los bosques de Squaw Creek le dijo a la policía que Richards generalmente llevaba un cuchillo largo de sierra para cortar madera. También les compartió un detalle escalofriante: el día anterior, Richards dijo que tenía ganas de violar y matar. Apenas una hora después del hallazgo del cuerpo de Celia, Collin Richards fue arrestado por asesinato en primer grado.
En Puente San Miguel, la familia de Celia no sabía nada de estos últimos acontecimientos, pero estaban muy preocupados porque ella nunca dejaba de responder a sus llamadas y mensajes de texto. Para entonces habían transcurrido cinco o seis horas de silencio. Los oficiales de policía en Ames intentaban comunicarse con sus homólogos en Puente San Miguel y el personal de la embajada en Madrid para que la terrible noticia pudiese ser transmitida a la familia de Celia en persona, pero era después de la medianoche en España y nadie contestaba el teléfono. Así que le correspondió a la entrenadora Martens hacer la llamada telefónica más difícil de su vida. Celia había elegido Iowa State en gran parte por el vínculo que sintió con una joven y astuta entrenadora que hizo de su programa una gran familia. Durante una visita de reclutamiento, Miriam solo había hecho una pregunta: ¿Cuidarás a Celia como si fuera tu propia hija? Durante cuatro años, la entrenadora Martens había hecho exactamente eso. Ahora tenía que decirle a Miriam que Celia se había ido. Marcos recuerda poco de aquella noche, solo que sintió un intenso dolor en todo su cuerpo, como si él mismo hubiese sido atacado.
El asesinato de Celia fue instantáneamente una noticia de cobertura nacional en los Estados Unidos y una de las historias más importantes del año en España. El impacto se intensificó no solo por el salvajismo de su asesinato, sino también por la aleatoriedad, ya que según la policía no tenía conexión alguna con Richards. Todo Ames se vio enlutado por la muerte de Celia, incluso hubo una vigilia con velas que atrajo a miles de personas. El 22 de septiembre, cuando el equipo de fútbol americano de Iowa State recibió a Akron, se había programado que Celia recibiera un premio por ser la estudiante-atleta femenina más destacada de la escuela durante el año escolar 2017-2018. Ese día, los Ciclones caminaron solemnemente por el campo, tomados de la mano, en un poderoso gesto de solidaridad. La ceremonia se realizó tal y como estaba prevista, al medio tiempo del partido. La multitud que llenaba el estadio llegó vestida de amarillo para honrar a Celia y cuando la banda deletreó sus iniciales (CBA) en el campo de juego, el estadio tembló.
Harley Thornton había sido piloto de combate en Vietnam. Conocía la muerte desde hacía mucho, pero su voz se resquebraja al hablar de Celia. “Esto en verdad me ha afectado profundamente”, dice. “La insensatez de esto es abrumadora. Una joven tan prometedora, con toda su vida por delante, se fue así. ¿Qué clase de monstruo le haría una cosa así a esta dulce jovencita?”
El mal surge, no nace. “Collin fue un buen bebé”, dice Jennifer Baker de su hijo. “Era normal en todos los sentidos”. Ella conoció al padre de Collin, William Richards, cuando eran adolescentes, y dio a luz a Collin a los 21 años. Sus raíces están en Coon Rapids y Guthrie Center, dos pueblos pequeños en la región central oeste de Iowa, a solo veinte minutos de distancia entre ellos. Baker y Richards nunca se casaron y ella tiene poco que decir sobre él o su relación. Un residente de Coon Rapids que jugaba al billar en la misma liga que el padre de Collin aceptó hablar de él, pero solo de manera anónima, diciendo: “Es un malvado hijo de puta. ¿Conoces cómo en cada bar hay un tipo que tiene cierto tipo de mirada y sabes que quieres mantenerte alejado de él? Bueno, ese es Bill”. (Richards declinó hacer comentarios para este artículo). Por razones que Baker no quiso discutir, Richards tuvo la custodia de Collin cuando era niño, aunque este también vivió largos periodos de tiempo con sus abuelos paternos. “Recuerdo que una vez Bill estaba tomándose un trago y le pregunté: ¿Dónde está Collin?”, afirma Chuck Bates, el propietario de Chuck’s Bar & Grill, un restaurante en Coon Rapids. “Respondió que estaba en su casa llorando hasta quedarse dormido. Supongo que esa era su forma de ser padre”.
La madre de Collin obtuvo la custodia cuando él ya tenía 10 años. Se había casado con Tom Baker y tenían un hijo y una hija pequeños. Vivían en el campo y Collin estaba más en paz jugando en el bosque, donde construía fuertes y luchaba contra enemigos imaginarios. Los Baker tenían reglas estrictas y a Collin le sentó bien esa estructura: su habitación era tan impecable que solían bromear que debería unirse al ejército. Steve Smith es el superintendente del distrito escolar que abarca Guthrie Center y tras el arresto de Collin, regresó para hablar con sus antiguos maestros. “Cuando algo como esto sucede y uno de tus antiguos alumnos está involucrado, es natural preguntarse: ¿Se nos escapó algo?” dice Smith. “Pero según todos los testimonios, él era un buen estudiante que no tenía ningún problema de comportamiento”.
Al entrar en la adolescencia, Collin comenzó a pasar más tiempo en la casa de su padre. “Allá era todo lo opuesto de lo que queríamos y lo que permitíamos”, dice Tom Baker. Los choques entre Collin y su madre y su padrastro se hicieron frecuentes y a ella le preocupaba la intensidad de sus arrebatos. “Tenía mucha ira, era muy agresivo”, dice Jennifer. Ella lo llevó donde un terapeuta en un par de ocasiones, pero poco antes de que cumpliera los 15 años, los Baker echaron a Collin de su casa. Dice Tom: “Le dimos muchas oportunidades, pero no quiso seguir nuestras reglas”.
Marty Arganbright, alguacil del condado de Guthrie, era amigo de la familia e intentó, según él, “cuidar” a Collin, quien eventualmente pasaría tiempo en tres diferentes residencias para jóvenes problemáticos. Arganbright estima que entre los cumpleaños 15 y 18 de Collin, él y sus oficiales tuvieron una docena de “contactos” con él. Los cargos fueron desde manejar un vehículo sin el consentimiento del propietario, hasta la posesión de parafernalia de drogas. “No era un mal chico”, dice Arganbright, “pero cuando usaba drogas, tenían un gran efecto en su comportamiento. Cambiaron a la persona que era”.
“La metanfetamina fue el gran problema”, asegura Jennifer Baker.
Si bien la adicción a los opioides se ha convertido en una de las principales razones de crisis en la salud pública en gran parte de los Estados Unidos, las metanfetaminas siguen siendo un problema pernicioso en Iowa, en parte porque un ingrediente clave en su producción casera es el amoníaco anhidro, un fertilizante de granja común. En el condado de Guthrie, los delitos graves procesables aumentaron en un 64 por ciento entre 2013 y 2017. El alguacil estima que más de la mitad de los delitos están relacionados con la metanfetamina – su robo y otras actividades ilícitas para pagar las drogas, además de todos los daños que los adictos dejan a su paso. “Es la droga más sucia que existe”, dice Arganbright. “Les quema el cerebro y el sistema nervioso, acelerando a las personas hasta un punto en el que la violencia se vuelve casi inevitable”.
Cuando Collin tenía 18 años, tuvo una novia con más del doble de su edad. En mayo de 2015 lo arrestaron por abuso doméstico en primer grado. Fue declarado culpable y posteriormente condenado a 60 días de cárcel. En otra ocasión, después de ser acusado de robar en una tienda de conveniencia, amenazó con regresar y disparar en el lugar. La vida de Collin estaba fuera de control, pero al parecer nadie estaba prestando atención. En los dos años que siguieron al caso de abuso doméstico, acumuló arrestos por robo, fechorías, hostigamiento e intento de robo. Se le ordenó que tomara una serie de cursos de modificación de conducta, pero según asegura su madre no hizo caso. “Los ignoró y no hubo consecuencias. Eso siempre fue muy frustrante para mí porque nunca lo hicieron asumir toda su responsabilidad, ni siquiera en los tribunales. Él siempre se salía con la suya”.
En noviembre de 2017, Collin fue remitido al correccional de Mount Pleasant por una sentencia de dos años relacionada con sus condenas por robo y sus violaciones a los beneficios de libertad condicional. A pesar de los problemas disciplinarios que incluyeron una pelea con otro recluso, fue puesto en libertad condicional después de solo siete meses. “No hay certeza en las sentencias bajo la ley de Iowa”, dice Jessica Reynolds, la fiscal del condado de Story, el cual incluye a Ames. “Simplemente no hay suficientes camas en las prisiones”. En su primer día de libertad, el 4 de junio de 2018, tres meses antes del asesinato de Celia, Collin pasó por el departamento del alguacil de Guthrie de manera voluntaria. “Todas las drogas estaban fuera de su sistema, así que fue respetuoso”, asegura Arganbright. “Dijo que en la cárcel había tenido mucho tiempo para pensar y que estaba listo para cambiar su vida”.
Los campeones no nacen, se hacen. “Celia era una niña muy traviesa”, dice Miriam con una carcajada. “Ella era demasiado testaruda, siempre haciendo un escándalo”.
Celia vertió toda su determinación en el golf. Se trataba de un juego de familia: el hermano de Miriam era un ávido jugador, que no solo puso a jugar a su hermana, sino que también le presentó el juego a Marcos en su luna de miel. Le transmitieron el interés a su hijo, quien compitió en muchos torneos de golf juvenil con un swing que Celia llamaría más tarde el mejor de Cantabria. Ella nació un año después de la apertura de un nuevo campo de golf de nueve hoyos a unos 15 minutos de Puente San Miguel. Abra del Pas se convertiría en su hogar lejos de casa. El campo está construido en una llanura inundable en la base de las laderas de La Picota y el campo de práctica es a menudo un atolladero, motivo por el cual Celia siempre practicaba con unas botas de lluvia que le llegaban hasta las rodillas. Otros niños se quejaban por tener que meterse en el lodo para recuperar sus pelotas, pero Celia daba giros y chapoteaba alegremente porque recoger las pelotas significaba que podía seguir practicando. “Para cuando tuvo siete u ocho años, no podíamos sacarla del campo de práctica”, dice Andrés. “Ella nos desafiaba tanto que nos subíamos al auto y fingimos que nos íbamos. Se ponía a llorar pero aún así no cedía”.
Dado que era mucho más pequeña que otras chicas de su edad, Celia intuyó que debería vencerlas de otras maneras, así que trabajó incansablemente en su juego corto. En cada nivel, Celia se haría famosa por casi no fallar ningún fairway, una habilidad obligada ante las caricaturescas dimensiones de Abra del Pas, donde en algunos puntos, el fairway del hoyo 7 tiene apenas 11 pasos de ancho. Pero había otro ingrediente esencial en el juego de Celia que la diferenciaba: “Ella jugaba con mucho corazón”, dice Luna Sobrón.
Cuando llovía en Abra del Pas, a los niños de la escuela de golf los llevaban a la casa club para ver videos destacados de Seve Ballesteros. Celia estaba fascinada por su pasión y determinación, sintiendo un ligamen especial en vista de que el ganador de cinco ‘majors’ creció a solo 32 kilómetros de distancia, en el pueblo pesquero de Pedreña. Por medio del golf juvenil, Celia hizo amistad con Carmen, la hija de Seve. En una ocasión estaban jugando una ronda de práctica de torneo cuando el driver de Celia quedó detrás de un árbol. Ella le pidió a su madre consejo sobre cómo jugar el tiro de recuperación. “Me sorprendió”, dice Miriam. “¿Cómo me preguntas algo así delante de Seve?” Parado ahí cerca, aquel gran hombre se unió con entusiasmo a la discusión, demostrándole a Celia cómo darle forma a un gancho duro y bajo. Desde entonces fue conocido simplemente como “un tiro de Seve”. Dice Santiago Carriles, el entrenador de swing que Celia tenía en la niñez, “a Seve le importaba mucho Celia. Él pensaba que ella era tan pequeña y vulnerable, como una muñeca, pero estaba muy impresionado porque jugaba muy bien”.
Celia fue reclutada por muchas de las mejores universidades de los Estados Unidos, pero se enamoró de Iowa State. El ambiente de pueblo pequeño de Ames le recordaba su hogar y le encantaba la sensación familiar de su programa. Celia se convirtió instantáneamente en una líder del equipo, ganando honores “All-Big 12” como estudiante de primer año tanto por su golf como por su rendimiento académico. Ella le dio poca consideración a la posibilidad de desarrollar una carrera profesional hasta que la Copa Solheim de 2017 se jugó en el Des Moines Country Club y las Ciclonitas asistieron como espectadoras. El ambiente era eléctrico y al ver a las mejores jugadoras del mundo de cerca, Celia se vio impactada por la idea de que ella tenía la pasta para hacer eso.
Así lo demostró durante su temporada final, logrando el tercer mejor promedio de golpes en la historia de su universidad (73.21). En el Campeonato de la Conferencia Big 12, en abril de 2018, Celia fue la única jugadora que hizo bajo par en un campo realmente difícil. Sus compañeras de equipo se congregaron detrás del green del hoyo final cuando ella se alineaba para ejecutar un putt de diez metros para cerrar su victoria a lo grande. “Ese putt fue bueno desde el momento en que lo pegó”, dice Chayanit Wangmahaport. “Creo que todas estábamos llorando antes de que le pelota se metiera en el hoyo”. Fue el momento culminante de una estupenda carrera. Para Celia, el futuro parecía no tener límites.
Después de que Collin Richards fuera liberado de la cárcel en junio de 2018, su madre y su padrastro lo recibieron nuevamente en su hogar. Ellos habían reavivado su relación intercambiando cartas mientras él estaba tras las rejas. “Queríamos que supiera que aún era amado”, dice Jennifer Baker. “Le dijimos que podía quedarse tanto como gustase. Las únicas reglas eran no beber, no consumir drogas y que no se acercaran sus viejos amigos adictos”.
En apenas dos semanas, Collin consiguió que lo echaran de nuevo.
El Departamento de Salud Pública de Iowa enumera los siguientes efectos por el uso sostenido de la metanfetamina: paranoia, alucinaciones, cambios en la estructura del cerebro, reducciones en el pensamiento y las habilidades motoras, agresión y cambios de humor; pero Baker cree firmemente que su hijo es el único culpable. “Él hizo una elección”, dice ella. “Tenía una cama caliente, comida casera y gente que quería apoyarlo, pero optó por volver a su antigua vida”.
Collin se fue con destino a Ames, una hora hacia el este. Por un tiempo, encontró lugar en el único refugio para indigentes de la ciudad, el llamado Proyecto Residencial de Emergencia (ERP por sus siglas en inglés), una casa de tres habitaciones en una tranquila calle residencial. Ames es partido en dos por la autopista I-35, la cual conecta Kansas City y Minneapolis, por lo que es un punto de partida para muchos vagabundos del medio oeste. Debido a que la demanda de camas en el refugio superaba con creces la oferta, a menudo Collin no tenía dónde dormir, por esa razón los Baker le compraron una tienda de campaña.
No tardó en llamar la atención del departamento de policía de Ames. El 29 de junio fue arrestado por intoxicación en la vía pública cuando lo encontraron desmayado frente a una tienda de licores. El 11 de agosto, la policía recibió una queja de una tienda Target, ya que Collin y otro hombre estaban acampando en un terreno abierto detrás de la misma. Fueron obligados a desalojar el área, pero no se les impusieron cargos. Collin le dijo a su madre que la policía le había indicado que acampara en Squaw Creek Park, fuera de su vista y de su mente. Esto es cuestionado por el vocero del departamento de policía de Ames, el comandante Geoff Huff, quien señala que acampar en el parque durante la noche es ilegal. “Nunca le recomendaríamos a alguien que infrinja la ley”, dice Huff. Pero si el refugio está lleno, ¿a dónde se supone que debe ir alguien como Collin? “No intento ser grosero”, agrega, “pero ese no es un problema que a nosotros nos corresponda resolver”.
El 2 de septiembre, quince días antes del asesinato de Celia, la policía fue convocada a un restaurante Burger King en Lincoln Way. El informe del incidente resulta inquietante: “Richards tiene las emociones a flor de piel. Está agitado y parece estar en algo… Cuando se vació los bolsillos, abrió su cuchillo y se le tuvo que ordenar que lo dejara caer al piso… Dijo que está molesto por una ruptura con su novia. Fue enviado al ERP”.
El 8 de septiembre, los Baker viajaron a Ames para celebrar el cumpleaños número 22 de Collin. Lo llevaron a cenar y a una lavandería para ayudarle a lavar su ropa. Jennifer estaba alarmada por su actitud: Collin estaba poco comunicativo y distante, murmuraba respuestas monosilábicas a sus preguntas. Era como si hubiese desaparecido dentro de su propia cabeza. Lo dejaron en su tienda en Squaw Creek Park, donde estaba acampando con un nuevo conocido suyo llamado Dalton Barnes. El 16 de septiembre, Collin le confió a Barnes su deseo de violar y matar a una mujer. “Fue como ‘¿Qué demonios?’ Era algo enfermizo”, dijo Barnes más tarde a un canal de televisión local. Pero estaban solos en el bosque y el momento pasó.
A la mañana siguiente Celia estaba muerta.
Collin, quien se declaró inocente, tiene programado ir a juicio el 30 de abril. Por medio de su abogado, Paul Rounds, declinó el pedido de una entrevista para esta historia. Iowa es un estado en donde no hay pena de muerte, por lo que si Collin es condenado, no habrá ojo por ojo. Carlos, el novio de Celia, es una de las personas más gentiles que pueden existir, pero sus rasgos se oscurecen y su voz endurece cuando se habla del presunto asesino. “Espero que este animal, porque para mí ya no es una persona, es un animal, espero que se pudra en la cárcel”, dice. La ira es comprensible. Quizás es más fácil pensar en Collin como un infrahumano en lugar de enfrentar una dura verdad: es un hombre joven cuya trayectoria pudo haber sido alterada por muchas personas e instituciones antes de que la oscuridad lo tomara en sus garras. El refugio en Ames no solo carecía de camas, sino también de fondos para proporcionar servicios adecuados de salud mental y abuso de sustancias. Y si no fuera por las cárceles superpobladas en Iowa – una falla que es responsabilidad de los legisladores, los contribuyentes y las fuerzas del orden público – Collin habría estado tras las rejas el día que Celia salió sola a jugar el campo de Coldwater Golf Links por última vez.
El juicio podría o no proporcionar respuestas sobre lo que sucedió en aquella fatídica mañana. ¿Fue este asesinato premeditado, con su autor escondido en los bosques fantasmales que circundan el tee del hoyo 9 de Coldwater, esperando el paso de alguna corredora en solitario o una golfista? ¿O divisó a Celia jugando el hoyo 7 y corrió por el bosque para alcanzarla? ¿O se trató de una coincidencia, que se presentó cuando el asesino se dirigía al sur por el camino, quizás con rumbo al baño del pub irlandés en la cercana calle 16, cuando de casualidad se cruzó con Celia que venía de jugar el hoyo 8? Cualquiera de estos escenarios es igualmente aterrador.
Para los seres queridos de Celia, su muerte ha cimentado la sensación de que Estados Unidos, pese a todas las maravillosas oportunidades que ofrece, puede ser un lugar violento y aterrador. La tasa de homicidios per cápita en los Estados Unidos es 26 veces más alta que la de España. Pablo Diestro es originario de Puente San Miguel y se convirtió en su alcalde hace tres años. Antes de eso fue maestro de escuela y tuvo en Celia a una de sus estudiantes favoritas. ¿Cuándo fue el último asesinato de la ciudad? “En la década de 1930, durante la guerra civil española”, dice. Puente es tan pequeño y aburrido como Coon Rapids o Guthrie Center, pero el uso de drogas duras es algo de lo que no se oye, según Diestro. ¿Por qué la Iowa rural y homogénea es ahora atormentada por las drogas y el crimen, mientras que España, con sus leyes mucho más relajadas, no lo es? Sentado en un café al otro lado de la calle del majestuoso edificio del ayuntamiento, Diestro deja reposar su taza de café para pensar un momento. “Es algo social”, dice finalmente, con un suspiro. Poco después de la muerte de Celia, Luna Sobrón estaba jugando un torneo en Indiana. Haciendo fila en un supermercado, se sorprendió al ver que el hombre que tenía delante llevaba una pistola en la cintura, a la altura de la vista de su hijo pequeño, quien se mostraba cautivado por aquel metal oscuro. “Fue una sensación horripilante”, dice ella.
Tras la muerte de Celia, las Ciclonitas participaron en una marcha para generar conciencia sobre la violencia contra las mujeres. Voluntarios con motosierras arrasaron con el bosque en los alrededores del sendero para trotar, mejorando la visibilidad de quienes hacen ejercicio ahí. Pero la inquietud aún persiste. Jugar al golf solo, perdido en tus pensamientos, es uno de los grandes placeres del juego. El asesinato de Celia ha hecho añicos la ilusión de que un campo de golf es un santuario que te aleja de los males de la sociedad. “He jugado un millón de rondas sola, pero es algo nunca volveré a hacer”, dice Sobrón. “Es triste haber perdido eso”.
Celia merece un legado diferente y lo está consiguiendo: pronto se cambiará el nombre de Abra del Pas por el de la niña que aprendió a jugar allí con botas de lluvia. El pabellón deportivo en Puente San Miguel también está siendo rebautizado como tributo a Celia. A uno de los lados del edificio también se pintará un mural con su imagen, junto con su hashtag favorito: #PuedoPorquePiensoQuePuedo. En Coldwater, detrás del green del hoyo 9, se construyó un hermoso monumento para recordarla. Allí, la bandera española todavía ondea sobre la casa club.
Camino a su trabajo, Carlos pasa frente al campo de golf todos los días. “Trato de no mirar, pero es imposible no hacerlo”, dice. “Me hace sentir destrozado cada vez”. Está en proceso de mudarse al estado de la Florida y afirma que “una gran parte de mí se ha ido para siempre”.
Las Ciclonitas han jugado lidiando con el dolor. “Ella siempre será parte de nosotras y de este programa”, dice la entrenadora Martens. “Todavía hablamos de ella como si estuviese aquí y de repente caemos en cuenta de que no es así”. Por un momento las palabras no salen. “Todos extrañamos a Celia terriblemente, pero es un regalo tenerla como modelo a seguir. No estamos ni siquiera hablando de su golf, solo de la alegría que irradiaba y de cómo vivió la vida al máximo”.
Andrés, el hermano de Celia, perdió 10 libras de su delgada figura en las dos semanas que siguieron a la muerte de su hermana. No estaba seguro de cómo utilizar su licenciatura en derecho, pero ahora ha decidido convertirse en policía. “La muerte de Celia ha sido un verdadero golpe, pero me ayuda a enfocarme en el deseo de ayudar a otras personas”, dice. “Me sirve de consuelo en cierta manera y es una forma de redimir la tristeza que siento”.
A Marcos esta carga le pesa muchísimo. Durante una larga entrevista en la sala de estar de la familia en Puente San Miguel, solía dejar caer su cabeza entre sus manos, abrumado por las emociones. Por varios meses apenas ha podido dormir, incluso ahora que toma Valium. Por las noches abraza con intensidad a Miriam, con temor de soltarla. “Si no tuviera a mi esposa a mi lado para abrazarla, me volvería loco”, dice. Ambos buscan consuelo donde sea posible: han regresado a la iglesia después de una larga ausencia y en la mesita del café hay un libro titulado “Parábolas Que Consuelan”. Jugar al golf entre ellos siempre fue un escape que adoraban los fines de semana, pero tanto Marcos como Miriam han caído en cuenta de que el juego ya no les genera alegría. Pese a todo, es en los campos de golf donde sienten con más fuerza el espíritu de Celia, así que hacen largas caminatas en Santa Marina, un club privado en el que Celia había recibido privilegios de juego. Su preferencia es llegar tarde en el día cuando la cancha está desierta. “Es donde vamos a llorar”, dice Marcos.
Ellos han conservado la habitación de Celia exactamente como la dejó, con una adición notable: el título de ingeniería otorgado póstumamente por Iowa State. Hay una posesión que atesoran y a la que a menudo dan un vistazo para ayudarse a mantener vivo su recuerdo. Celia era famosa en Iowa State por lo detallados que eran los planificadores de sus días. La versión 2018 tiene una cubierta de tela escocesa y una carpeta de anillos de metal. Cada página está repleta de listas de tareas pendientes, fotos, anotaciones diarias y mensajes alegres: “Tienes esto bajo control”; “Sé la mejor versión de ti misma”. Es prácticamente un relato minuto a minuto de su vida diaria. Para el 17 de septiembre, solo anotó dos cosas, incluyendo un recordatorio para estudiar para un examen que se aproximaba. El resto lo completaría más tarde en el día, después de una rápida ronda de golf en Coldwater. Pero antes de salir sola a jugar el deporte que amaba, Celia agregó un último detalle a su planificador. Era una pegatina: con un corazón agradecido.